No estamos muertos no -
aunque pudiera parecerlo por la frecuencia de nuestra pequeña morada - ni tampoco estamos de parranda -
ojalá pero más allá de la fiesta que nos dan los pequeños aprendices de magos aquí no cae otra - pero lo que sí estamos es tomando cañas olerele lele. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque hemos derrotado al
mago tenebroso, aún no nos lo creemos y estamos dando palmas con las orejas a ritmo de Peret mientras rezamos porque siga así.
Muchas fueron las ideas que nos disteis en el
post anterior allá por Marzo (miles de gracias a los que aún seguís pasando por aquí), así que nos planteamos fecha tope puente de San Isidro y fuimos pensando qué estrategia seguir para derrotarle. Sin embargo, el destino es caprichoso y cuando menos te lo esperas allá que se presenta delante de tus narices la poción perfecta o en este caso, el ser adecuado:
una hormiga. ¿Quién nos iba a decir a nosotros que algo tan diminuto podría ayudarnos tanto en nuestro dilema? Pues sí, he aquí el cuento de cómo una pequeña amiga que paseaba tranquilamente una mañana de domingo, se convirtió en la heroína de unos pobres padres frikerizos.
Érase una vez una niña llamada Chewy que jugaba en el jardín de los abuelos una apacible mañana de domingo. Tras dedicarle horas a la plastilina, las marionetas y el balón, decidió encarnarse en Rick Moranis y al más puro estilo Wayne Szalinski sin suspensión, se dedicó a peinar el césped en busca de seres diminutos y bichos. Lo primero que encontró fue un saltamontes, al cual le pinchó con su dedito para verlo saltar de hoja en hoja y cuando éste se escapó, fijó su mirada en una pobre hormiga que zascandileaba por allí respirando aire puro. No era una hormiga cualquiera, por supuesto, al igual que en la película se trataba de Hormi, la pequeña hormiga que ayuda a los niños a llegar hasta su casa (le encantó la película).
La joven padawan siguió a Hormi durante un rato para ver a qué se dedicaba y, con un alarde de delicadeza envidiable, posó su dedo índice encima de ella para cogerla. Hormi, que no estaba digamos...encantada, se revolvió un poco pero al final se dejó llevar por la giganta y terminó en un cubo de arena medio lisiada. Chewy presentó a su nueva amiga a toda la familia y al ver que no se movía demasiado (
estaba más pallá que pacá), le comentó a su madre que estaba malita y que tendría que curarla en casa. Tras 160 km con el cubo entre las manos y el cadáver de la pobre Hormi, Chewy llegó a casa muy feliz porque la iba a curar, depositó el cubo en el salón y fue a por su maletín de doctora. Al volver realizó sus rituales de sanación y le dijo a la hormiga que le regalaba su chupete para que se lo quedara, puesto que era la única hormiga que no tenía chupete, momento que su madre aprovechó para decirle que, por semejante acto de valentía y generosidad, aparecerían unas hadas para hacer chiquitito el chupete y dárselo a Hormi y así que pudiera volver con sus padres volando a Cuenca.
La pequeña se quedó muy contenta y se fue al parque a pasar la tarde, cuando volvió su querida amiga ya no estaba y ella gritó a los cuatro vientos que se había ido a dormir con sus papás. Sus padres le dijeron que así era y que al día siguiente Hormi volvería para traerle un regalo muy guay por todo lo que había hecho por ella, pero sobre todo por regalarle lo más preciado de su vida, su chupete frikerizo. Llegó la noche y Chewy empezó a quedarse dormida y por supuesto lloró, lloró por su pérdida un rato largo y les dijo a sus padres "Estoy muy triste porque no quiero dormir sin chupete", tal cual. A la madre se le hizo un nudo en el estómago por su bebé grande, pero hizo de tripas corazón y le contó el cuento de cómo Hormi se convirtió en la hormiga más feliz por el regalo más grande y bonito que le podían haber hecho. Y así, se quedó dormida.
Al día siguiente al salir de la guardería, Hormi fue a recoger a Chewy (otra hormiga que la loca de su madre se dedicó a recoger de los arbustos del trabajo ante la atenta mirada de la gente fumadora del edificio). Iba dentro de una cajita, pero esta vez acompañada de su hermana pequeña a la cual las hadas le habían regalado el resto de chupetes de casa. Ambas habían venido a recoger a la niña para traerle su regalo, una tipi y unos cuentos para leer dentro, regalo que estaba a buen recaudo a la espera del gran acontecimiento. Cuando llegamos a casa allí estaban sus paquetes y ella con una sonrisa de oreja a oreja. La hermana se fue corriendo de la caja pero Hormi se quedó con Chewy a jugar, otra vez dormida después del zarandeo de la caja, "es una hormiga muy dormilona" como bien decía su amiga giganta sonriendo. En la hora del baño, se despidió de ella y al salir, ya no estaba, había vuelto con sus padres, sus hermanas y sus chupetes.
Y así fue como una pequeña hormiga, bueno dos en realidad, nos ayudaron a salir de este meollo. Desde aquí nuestro más sentido agradecimiento a la vida de estos pequeños seres que le han dado a nuestra padawan un final inmejorable para su amigo. Hoy segunda noche sin un llanto, esperemos que siga así.